07 enero 2008

Patriotismo y globalización

Por la historiadora Gisela Silva Encina

Escrito para el Movimiento Estrella de Chile en Marzo de 2003

El mundo entero vive actualmente un proceso de aproximación, de intercambio, e incluso de identificación en modas y costumbres, en el cual pareciera que los rasgos propios de cada nación van a diluirse, suplantadas por el espíritu de imitación de los pueblos más débiles hacia los más fuertes.

Todos podemos comprobar, a nuestro alrededor, diversos síntomas que obedecen a esta característica de nuestro tiempo: es la famosa globalización.

Muchas personas creen de buena fe que esta aparente unificación del mundo, nos lleva, inevitablemente, hacia una cultura universal en la que desaparecerán los caracteres y tradiciones de cada pueblo. Con ellos se terminaría también el sentimiento de patriotismo.

Convengamos en que las razones en que se funda esta apreciación son poderosas. La globalización no es solamente consecuencia de la facilidad de los viajes ni de la información mundial instantánea de los medios de comunicación. Detrás de ellas está el enorme poder político de las grandes potencias ‑ especialmente Estados Unidos ‑ que presionan fuertemente en ese sentido. Que aspiran a someter a todo el mundo al modelo de sus instituciones políticas y económicas, e incluso a sus usos y modos de vida. Seguramente no es el pueblo norteamericano el que presiona por alcanzar esta forma de dominio universal, que llega hasta la identificación total con ellos, y que de lograrse, sería una forma de dominación absoluta, hasta ahora desconocida en la historia de la humanidad. Pero ciertamente, hay grupos de poder político, financiero y comunicacional, que creen en este presunto ideal y presionan por lograrlo.

Y hay en todas partes personas que se resignan a este futuro, que no les gusta, pero que lo creen inevitable.

Pero para analizar estos fenómenos tan amplios, como es el de la actual globalización, hay que partir, no de nuestra corta visión de hoy, sino desde la amplia perspectiva de la historia.

Dios no creó a todos los hombres iguales. Por el contrario: los diversificó en una enorme cantidad de pueblos y razas, de características distintas. Incluso en el plano individual no hay dos personas iguales. Cada una tiene rasgos y características propias, que las distinguen de los demás.

Hay sí agrupaciones de hombres y mujeres que se fueron organizando, con el correr de los siglos, en un territorio común, y fueron creando sus propias costumbres y tradiciones. Con ellas nació el sentimiento de patriotismo, que es el vínculo que identifica a los habitantes de un país, los hace sentirse miembros de una comunidad, y los arraiga fuertemente a ese territorio, en el cual ha transcurrido la vida de muchas generaciones.

Las palabras "patria» y "patriotismo» vienen del termino latino «pater», que significa padre. Indican por lo tanto una relación filial con la nación de origen, equivalente a los conceptos de filiación y paternidad familiares.

Por eso el patriotismo no es ni una teoría ni una ideología que se identifique con ciertas épocas de la historia. Es un sentimiento. Pero un sentimiento vital, instintivo, fuertemente arraigado en el alma humana, que comprende en sí mismo el afecto entrañable por la tierra, la historia, las costumbres, en una palabra, todo lo que configura la tradición nacional.

Pero además de ser un sentimiento poderoso, el patriotismo es un deber. Ese deber se expresa en la solidaridad con los compatriotas que sufren carencias o son víctimas de catástrofes y desgracias. En el respeto a los valores nacionales y sus símbolos: a las grandes figuras de nuestra historia, a la bandera, la Canción Nacional, y a todo lo que para nosotros represente de alguna manera a Chile.

El patriotismo ha sido siempre una de las fuerzas morales más poderosas con que cuenta la humanidad. A lo largo de todos los siglos, desde las épocas más remotas, hay testimonios de sacrificios heroicos cumplidos por el hombre - hasta la entrega de la propia vida ‑ en defensa de su patria.

En el siglo V antes de Cristo, Leonidas, rey de Esparta, murió con todos sus soldados, en defensa de su patria invadida por los persas. Combatían contra fuerzas muy superiores y sabían que no podían triunfar. Pero prefirieron entregar sus vidas antes que rendirse.

Exactamente lo mismo hizo, muchos siglos después, el Capitán Arturo Prat y los tripulantes de "La Esmeralda", en la rada de Iquique.

La similitud de ambos sacrificios, a milenios de distancia, es el ejemplo más elocuente del poder y de la persistencia del patriotismo en la historia de la humanidad.

Como todos los sentimientos nobles del ser humano ‑ la fe religiosa y el amor a la familia, entre otros ‑ el amor a la patria puede verse debilitado en las épocas de decadencia. Pero no puede desaparecer: forma parte de los valores esenciales del alma humana y estos valores no se pueden extinguir sin que el hombre deje de ser hombre, es decir, pierda las características espirituales que Dios imprimió en él, al crearlo "a su imagen y semejanza", como dice la Biblia.

Nuestra época es justamente una época de decadencia. Todos los valores espirituales están en crisis. No es extraño por eso que el amor a la patria nos parezca amenazado y que las personas más débiles y menos formadas se dejen llevar por el internacionalismo que imponen los medios de comunicación.

Pero la pretensión de uniformar a todos los seres humanos es una utopía, como tantas otras que hemos conocido. Parecen muy poderosas y de pronto se derrumban.

Por grande que nos parezca su poder y el daño que hacen, son ideologías transitorias. Sus triunfos son deslumbrantes pero efímeros. Si en la historia de la humanidad hubieran triunfado siempre las fuerzas del mal contra el poder del espíritu, ya haría muchos años que el hombre se habría extinguido sobre la tierra.

No olvidemos que Cristo es el Señor de la Historia. Por oscuros que sean los tiempos que vivimos, El es el dueño de nuestros destinos. Él nos creó con esa impronta espiritual que llevamos en el alma y Él la preservará siempre y nos conducirá a la salvación final.

5 comentarios:

joaquin urrutia dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Ashniet dijo...

Buen día, Jorval.

Yo, de 22 años, me siento patriota y no dejaré de serlo. Quisiera ser tan patriota como Arturo Prat, como Leonidas. Defender mi país, si es necesario con mi vida.
No temerle a mi enemigo, y si le temo, darme la fuerza para poder luchar con todo lo que tengo. Tener la inteligencia, la astucia, el ingenio, el valor, el coraje y la fuerza necesarios.

Amo mi patria y no dejaré de hacerlo, desde que tengo conciencia de vida, que la daría por mi país.

¡¡¡Viva Chile!!!

Saludos

Para el comentarista anterior:
No nos pongas en un saco a todos, yo no soy como tú ni siquiera quiero parecerlo!!!
Así que arregla tus palabras.
"los que nacimos" ja!

Jorval dijo...

Hola estimada amiga. Me alegra que te gustara este artículo. Está muy bien escrito y clarifica lo que sucede con la globalización. Parece que la señora Silva Encina es muy buena historiadora, ojalá se le oponga a Salazar el Patriota. Saludos.

Nery dijo...

hoy conocí algo sobre salazar que desconocía..su preparación académica incluye sociología..y el enfoque con el que analiza parte de su temática por tanto es histórico-sociológico. Desde la sociología la mirada es más amplia sobre todo si se trata de nuevos actores del análisis histórico.

Jorval dijo...

Hola estimada Nery. En mi entrada: "Gabriel Salazar el Patriota" puse que había estudiado filosofía y sociología, pero un señor que trata a nuestros héroes y a nuestros militares como él lo hace, no me merece ninguna credibilidad y lo peor es que la juventud lo escucha. Los historiadores deben desenmascararlo. Saludos