03 febrero 2008

Artículo de Cristóbal Orrego sobre la "Chepa" y Volodia

Hola amigos, anoche, después de sufrir viendo el partido de Fernando González en el ATP de Viña del Mar, me puse a pensar en la “Chepa” y en la decidora foto de Bachelet rindiéndo homenaje a Teitelboim y me propuse escribir algo al respecto, pero cual no sería mi sorpresa esta mañana al encontrar, en El Mercurio de Santiago, este excelente artículo escrito por Cristóbal Orrego y que me interpreta totalmente. Se los copio para que lo lean. Saludos.

Cristóbal Orrego en El Mercurio de Santiago del domingo 3 de febrero de 2008:

Volodia Teitelboim, otrora dirigente máximo del Partido Comunista chileno, ha exhalado su último aliento. Patricia Troncoso, la indigenista presa, ha depuesto su huelga de hambre. Tres problemas se manifiestan gracias a la coincidencia.

Primero: el viejo asunto de la violencia. Llevamos dos décadas de legitimación -indirecta, sutil- de la violencia. Teitelboim dedicó su vida a la causa más odiosa que ha conocido la historia: la expansión del totalitarismo. Nuestra Presidenta se equivoca cuando dice que "todo Chile ha reconocido y recordado con respeto y cariño la partida de Volodia Teitelboim". Todavía hay ciudadanos con un mínimo de sentido crítico y algo de memoria: el PC, con Volodia adentro, esparció por Chile -por todo el mundo- el odio, la violencia y la miseria. Por eso, lloran a Volodia en Cuba, y lo llora Chávez, el destructor socialista de Venezuela.

Bachelet acierta, en cambio, cuando sostiene que "es una persona que siempre se entregó con fuerza a las causas en que creyó". Igual que Lenin, Hitler, Stalin, Mao, Pol-Pot, y tantos otros asesinos históricos, coherentes como el demonio. Entonces causa risa que el señor Teillier, con esa tradicional adhesión del comunismo a la verdad, afirme que el finado ¡fue "un demócrata incansable"! Por eso, quizás, no se cansó de transmitir programas radiales subversivos desde la "democrática" Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, ni de cohonestar con su silencio los horrores del socialismo real. Y el caso Volodia es sencillamente el último de una serie de episodios que ensalzan a quienes han sido violentos: reportajes tiernos sobre Miguel Enríquez -murió en su ley-, todo un glamour en torno al Che Guevara -un asesino sin piedad-, historias románticas sobre miristas y frentistas...

¿Qué tiene de extraño, entonces, que las simpatías de la prensa y de la opinión pública se inclinen hacia una mujer condenada por delitos terroristas, que se declara en huelga de hambre? No es verdad que el Gobierno haya sido débil ante un chantaje, como sostuvo la oposición; ni que haya sido "flexible" por su "alta valorización de la vida humana", como sostuvo el Gobierno. Sucede, más bien, que la autoridad apoya la causa de la "Chepa", pero no sabe cómo abordarla por carecer de una filosofía política. Pensemos, para verlo claro, qué pasaría si Miguel Krasnoff y otros militares, que se sienten injustamente condenados, comenzaran una huelga de hambre para limpiar su nombre o conseguir beneficios. ¡La carcajada del régimen se oiría hasta Siberia! "¡Muéranse de hambre todos, milicos de m . . .!", sería el grito concertado.

Segundo: ese doble estándar gubernamental. "Se produce una arbitrariedad que es culpa de la justicia humana, que un tribunal aplica una ley y otro no lo hace", afirmó José Antonio Viera-Gallo, para justificar la intervención a favor de la huelguista. ¡Y Vidal no le tapó la boca! ¿Se imaginan a Viera-Gallo intercediendo, ahora, para que se aplique la amnistía y la prescripción a los militares ya condenados, y no, como ha hecho "la justicia humana", a unos sí y a otros no?

Tercero: el problema más de la política de la identidad. El modelo liberal reduce las diferencias de identidad a un asunto privado. Primero, las religiosas; después, las étnicas, raciales, culturales... La identidad religiosa y moral depende, según esta simplificación, del ejercicio de la autonomía. Es un asunto de preferencias individuales, subjetivas, frente a las cuales el Estado no debe actuar ni a favor ni en contra. Esta visión se extiende luego a otros aspectos de las identidades de las personas y de los grupos. El paradigma ha entrado en crisis con la globalización y con el emerger de las políticas multiculturalistas. El dilema para la autoridad estriba en cómo reconocer las diferencias de identidad en el ámbito público sin abandonar los mitos fundadores del Estado liberal; es decir, sin renunciar a la privatización de lo que nos divide, y sin que los múltiples reconocimientos de identidades vuelvan a comprometer al Estado con una visión del mundo. En efecto, ¿por qué, por ejemplo, se habría de reconocer constitucionalmente el carácter multiétnico de Chile, mientras que la diversidad religiosa se confina a la "libertad de conciencia"? Y si todas las diferencias reclaman reconocimiento, ¿podrá haber una identidad unitaria que funde la unidad de la organización política, más allá de un "modus vivendi" táctico?

Y este argumento en perpetuo movimiento nos devuelve a Volodia y a la "Chepa". Ellos han asumido una identidad clara, aunque violenta. Eso los diferencia de los personajes que quieren caerles bien a todos, que desfilaron ante el féretro de ese símbolo del odio y de la violencia, o que trataron a una presa suicida, como si fuera la guardiana de la justicia.

"Bachelet acierta, en cambio, cuando sostiene que 'es una persona que siempre se entregó con fuerza a las causas en que creyó'. Igual que Lenin, Hitler, Stalin, Mao, Pol-Pot, y tantos otros asesinos históricos, coherentes como el demonio".

1 comentario:

Ashniet dijo...
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